Tiendo a pensar que fue mi abuelo Francisco, “El Pichón”, quien primero se deslumbró como entonces me deslumbraba yo, y fue él quien entonces empezó a plantar vides en este suelo duro, confiando en que las plantas de vid se adaptarían perfectamente a las inclemencias de nuestro clima. Pasaron los días y El Pichón, por el efecto del paso del tiempo en su propio cuerpo, ya no pudo trabajar más en el campo, y decidió dividir sus tierras entre sus cinco hijos, eligiendo para cada sector en que con alegría y nostalgia dividía sus tierras, un color en particular. Sí, a mi madre le tocó el Azul, el color del cielo que entonces elegimos como nombre. Hoy en día, Shirley Hinojosa, hija del Pichón, y madre mía y de mis dos hermanos, Alejandro y Ezequiel, es la conductora de este proyecto agrícola, que se dedica especialmente al cuidado de las vides, duraznos y ciruelas que siembran el suelo que todos los días pisamos.